En los últimos años se ha vuelto común advertir a los padres de los peligros de los elogios. Se nos dice que los elogios frecuentes, aunque pretendan reforzar la autoconfianza y autoestima de un niño, pueden en su lugar crear mayor ansiedad y debilitar a la larga su iniciativa y seguridad. Muchos consejeros de padres están particularmente preocupados, incluso horrorizados, por elogios vacíos: cuando, por ejemplo, padres (o maestros) les dicen a los niños que son maravillosos (o incluso peor, “especiales”) cuando un niño en realidad no ha hecho nada maravilloso o especial.
Desde este punto de vista, cuando los elogios son vacíos, los niños no aprenden la importancia del trabajo duro. Los críticos preguntan, ¿cómo pueden aprender los niños la necesidad de esforzarse o perseverar cuando no se les reta a hacerlo mejor, cuando reciben una calificación de A por un trabajo que vale C, cuando ganan trofeos por el solo hecho de presentarse y cuando escuchan únicamente cosas buenas?
Mi propia experiencia, y creo que también la investigación sobre el elogio, enseña una lección diferente. En tres décadas de práctica clínica he conocido a muchos niños desanimados, enojados e infelices. Me he encontrado con niños desmoralizados que no pudieron mantener el esfuerzo cuando se enfrentaron a la frustración o la decepción, y otros que habían desarrollado actitudes de merecerlo todo.
Y el culpable no es el halago, sino la crítica. La mayoría de estos niños fueron criticados en exceso: muy pocos fueron elogiados en exceso. Los niños necesitan elogios. Todos los necesitamos. Desde temprana edad los niños buscan en nosotros elogios y aprobación, y compartir momentos de orgullo. Por supuesto, no recomiendo elogios (o, en su caso, expresiones de simpatía o consuelo) que sean poco realistas o poco sinceros. Ciertamente no creo en los elogios vacíos.
Pero creo que debemos ser generosos, no tacaños, con nuestros elogios.
Una mentalidad de crecimiento
La psicóloga Carol Dweck y sus colegas han llevado a cabo una investigación importante que demuestra efectos negativos significativos por alabar las capacidades de los niños, en lugar de su esfuerzo. Estos estudios también han mostrado efectos positivos importantes cuando a los niños se les enseñó que el esfuerzo, no la aptitud innata, era la clave del éxito. Dweck distingue dos tipos de creencias o mentalidades que tienen los niños (y los adultos) sobre la naturaleza de nuestras capacidades. Los niños con una mentalidad fija consideran las habilidades, incluida la inteligencia, como rasgos inalterables. Los niños con una mentalidad de crecimiento creen que nuestras aptitudes pueden mejorar con el esfuerzo.
Cuando los niños tienen una mentalidad fija, cada desafío que se les presenta se siente como si fuera una prueba, una prueba de si son inteligentes o no, talentosos o no. Una mentalidad fija crea un sentimiento de ansiedad y urgencia, y una inclinación a evitar riesgos y desafíos, en lugar de buscarlos. Cuando están estresados, los niños con una mentalidad fija tienen más probabilidades de sentirse ansiosos y deprimidos. También tienen más probabilidades de ponerse a la defensiva, hacer trampa y mentir. En contraste, cuando los niños tienen una mentalidad de crecimiento, es más probable que consideren sus fallas no como un juicio, sino como una oportunidad para aprender. Por lo tanto, los niños con una mentalidad de crecimiento muestran más optimismo y persistencia cuando se enfrentan a contratiempos.
Elogiar la inteligencia de los niños fomenta una mentalidad fija. Elogiar el esfuerzo de los niños promueve una mentalidad de crecimiento. Dweck y sus colegas también han demostrado, tanto en las universidades como en escuelas preparatorias, que cambiar la mentalidad de los estudiantes mejora su esfuerzo, sus logros y su capacidad de responder de manera flexible al estrés.
Dweck concluye que “elogiar la inteligencia de los niños daña su motivación y su desempeño”. (Señala que, por supuesto que a los niños les fascinan este tipo de elogios. Les encanta que les digan que son inteligentes, y esto les da un impulso, un brillo especial, pero solo por el momento). Sin embargo, la conclusión que obtiene Dweck de esta investigación no es que los padres no deban alabar a sus hijos. En sus palabras:
¿Significa esto que no podemos alabar a nuestros hijos con entusiasmo cuando hacen algo genial? ¿Deberíamos tratar de contener nuestra admiración por sus éxitos? De ninguna manera. Simplemente, significa que debemos mantenernos alejados de ciertos tipos de elogios: elogios que juzgan su inteligencia o talento. O elogios que implican que estamos orgullosos de ellos por su inteligencia o talento, en lugar de por el esfuerzo que han puesto. Podemos alabarlos tanto como queramos por el proceso orientado al crecimiento, lo que lograron a través de la práctica, el estudio y la perseverancia y las buenas estrategias. Y podemos preguntarles sobre su trabajo de una manera que demuestre admiración y aprecio por su esfuerzo y sus elecciones.
Dweck agrega sabiamente que este consejo se aplica no solo a cómo les hablamos a nuestros hijos sobre ellos mismos, también debemos evitar los juicios globales cuando hablamos de los demás.
Aquí hay un ejemplo de los consejos de Dweck en acción. El periodista Po Bronson describe su esfuerzo por tomar en serio las lecciones de Dweck y ponerlas en práctica con su hijo que está en kínder, Luke.
Traté de usar el elogio de tipo específico que recomienda Dweck. Alabé a Luke, pero intenté alabar su “proceso”. . . Todas las noches tiene tarea de matemáticas y tiene que leer un libro de fonética en voz alta. Cada uno tarda unos cinco minutos si se concentra, pero se distrae fácilmente. Así que lo alabé por concentrarse sin pedir un descanso. Después de los partidos de fútbol, lo elogié por intentar hacer un pase, en lugar de decir: “Jugaste muy bien”. Y si se esforzó por conseguir el balón, alabé el trabajo que hizo. Tal como lo prometió la investigación. . . fue extraordinario cuán notablemente efectiva fue esta nueva forma de alabanza.
Este es un maravilloso ejemplo, de un padre reflexivo y dedicado. Tenga en cuenta que, con su nuevo enfoque, Bronson presta más atención a lo que Luke está haciendo: su esfuerzo y las frustraciones que enfrenta en el camino. Y Luke recibe más, no menos, elogios.
¿Adictos a los elogios?
El asesor de padres Alfie Kohn también presenta una crítica a los elogios en varios libros y artículos. Kohn cree que los elogios frecuentes pueden crear en los niños una especie de hambre de aprobación externa y una sensación de inseguridad a largo plazo. Advierte que nuestros hijos pueden convertirse, de esta manera, en “adictos a los elogios”. Los libros de Kohn incluyen muchos consejos reflexivos y sabios. Sobre este tema, sin embargo, creo que sus recomendaciones están equivocadas.
La necesidad que tiene un niño de elogios y aprobación, de reconocimiento y aprecio por parte de adultos admirados, no es, como Kohn cree, una recompensa “extrínseca” (externa). Los dulces, los puntos y el dinero son recompensas extrínsecas. Los elogios, o una sonrisa o un brillo en nuestros ojos, son diferentes. Son una necesidad humana profundamente intrínseca (interna), tan importante como cualquier otra. Por esta razón, cuando alabamos a nuestros hijos, no creamos una adicción a los elogios. De hecho, lo opuesto sí es cierto. Es más probable que los niños se conviertan en adictos a los elogios si no cuentan con nuestros elogios y aprobación.
Cada vez que los niños se sienten orgullosos, cuando han tenido éxito en alguna tarea, instintivamente buscan a otros para compartir este sentimiento. Los niños necesitan este reconocimiento. Sin suficientes elogios, un niño mostrará síntomas, especialmente desánimo y falta de entusiasmo, o buscará este nutriente en otra parte, o se enojará y exigirá elogios, incluso si no se los ha ganado en absoluto. Por lo tanto, creo que deberíamos ofrecer a los niños elogios generosos por todos sus esfuerzos, incluido su buen comportamiento. Con el tiempo, aprenderán que los elogios se ganan con el trabajo duro y las buenas obras.