¿Es cierto que los antidepresivos no son mejores que los placebos?

Hace años que se cuestiona la eficacia de los medicamentos psicotrópicos, que incluye los antidepresivos. Además, varios estudios sugieren que los placebos funcionan igual de bien.

¿Cómo entender estos estudios?

En primer lugar, el hecho es que (hasta cierto punto) los placebos tienen efecto sobre varios padecimientos. Un placebo es por definición farmacológicamente inactivo, pero puede tener un efecto notable, a través de aumentar las expectativas, la sugestión y otros efectos menos comprendidos. Esto no se limita a la depresión: los placebos pueden ayudar con el dolor, la digestión, la enfermedad de Parkinson y mucho más. Neurocientíficos han realizado escáneres cerebrales de las personas que experimentan el efecto placebo y han observado cómo los cerebros de los pacientes imitaban los efectos de la medicación contra el Parkinson. El efecto terapéutico es real, aunque no dura tanto como la medicación real o la cirugía.

Ahora bien, hay dos cosas que dificultan el estudio de la eficacia de los antidepresivos. En primer lugar, las personas diagnosticadas con depresión podrían mejorar por sí solas, lo que dificulta determinar si un paciente mejora debido al tratamiento o por otros motivos.

En segundo lugar, no todas las depresiones son iguales: las personas con depresión leve y con depresión grave responden de forma diferente a los medicamentos. Hay un tipo de depresión llamada “depresión atípica” a la que los adolescentes son particularmente proclives. Quienes la presentan responden mejor a medicamentos que no se utilizan con frecuencia.

Para evaluar tanto la eficacia como la seguridad, la agencia de Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) empezó a exigir que los nuevos medicamentos se sometieran a pruebas en la década de los sesenta. Lamentablemente, hay muchos problemas con la forma en que se realizan estos ensayos clínicos. Las empresas farmacéuticas se apresuran a sacar su producto al mercado lo antes posible, porque el reloj de las patentes (y su oportunidad de beneficiarse de la exclusividad de comercialización) no se detiene. Su principal preocupación durante los ensayos clínicos es minimizar los posibles efectos secundarios que podrían impedir la comercialización del fármaco.

Esto significa administrar a pacientes que se ofrecen de forma voluntaria la dosis más baja que pueda producir beneficios estadísticamente significativos. Pero cuando la dosis se mantiene baja para minimizar los efectos secundarios, también es menos probable que tenga un éxito clínico real en alguien con un trastorno. En lugar de dedicar el tiempo necesario para determinar una dosis clínica correcta, es más barato hacer muchos estudios y desechar los que no dan resultados.

También hay un problema con las personas voluntarias en los ensayos: pueden tener distintos grados de depresión, desde grave a leve, pasando por ningún trastorno en absoluto. Hay quienes podrían estar experimentando una depresión por un divorcio reciente, por el desempleo o por algún otro acontecimiento de la vida, y quizá mejoren por sí solas.

Los médicos que dirigen los ensayos de la FDA tienen la presión de reclutar rápidamente personas voluntarias, por lo que con frecuencia no hacen un trabajo minucioso de selección. Podrían inclinarse menos por un tipo de personas, o incluso tener una abierta preferencia por quienes pudieran ser más susceptibles al tratamiento, ya sea con un antidepresivo o un placebo.

Los ensayos inéditos que realizó hace algunos años el Dr. Irving Kirsch, del Center of Placebo Studies de la Facultad de Medicina de Harvard, confirmaron lo que ya sabemos por experiencia clínica (que los antidepresivos funcionan mejor con las personas que presentan una depresión grave) y concluyeron que los antidepresivos no funcionan mejor que los placebos. Su estudio causó un gran revuelo en el programa 60 Minutes, pero dentro de los pacientes que se incluyeron en esos estudios, resultó que las personas con depresión más grave recibían ayuda a través de antidepresivos y quienes tenían casos mucho más leves no tenían las mismas posibilidades de beneficiarse.

Como psiquiatra infantil y adolescente, también he visto cómo la medicación antidepresiva ha cambiado la vida de muchos niños. He comprobado cómo han ayudado a niños con una enorme ansiedad, que tenían miedo de hablar, y he visto cómo ayudaban a adolescentes que estaban experimentando una fuerte depresión, que estaban dispuestos a quitarse la vida.

Es cierto que no a todas las personas se les debe prescribir un medicamento psicotrópico (ni ser incluidas en algún ensayo de la FDA sobre uno), pero eso no significa que no funcionen para otras personas. Esperemos que quienes realmente se pudieran beneficiar de la medicación tengan la oportunidad de comprobar si les funciona.