El apoyo emocional para los niños con problemas de salud es fundamental.
Clinical Expert: Jamie M. Howard, PhD
in EnglishCuando un niño tiene un problema médico grave, resulta estresante para todos los miembros de la familia. Su hijo puede necesitar apoyo adicional para manejar la angustia que conlleva estar enfermo.
Una enfermedad puede hacer que los niños se sientan apartados y solos. Pueden faltar a la escuela, perderse actividades o tiempo con los amigos. Y si a un niño se le diagnostica de pequeño y sigue enfermo hasta la adolescencia, puede alterar el crecimiento emocional normal.
Puede que usted no quiera hablarle a su hijo de su enfermedad, para no alterarlo. Pero decirle lo que ocurre de una manera que ellos puedan entender, suele hacer que sus preocupaciones disminuyan. Si a usted le cuesta lidiar con la enfermedad de su hijo o no sabe cómo hablarle sobre ella, es posible que quiera buscar la ayuda de un terapeuta.
Lo mejor es hacer la vida lo más normal posible. Los niños necesitan estructura. Necesitan hacer las tareas escolares y ayudar en casa siempre que puedan hacerlo. La enfermedad no puede ser una excusa para el mal comportamiento.
Usted puede ayudar a los niños pequeños al leerles historias sobre la enfermedad, para que vean que otros niños están pasando por lo mismo. Practicar cosas médicas con un muñeco puede hacerlos sentir que tienen más control. Las recompensas como las calcomanías por apegarse al plan de tratamiento también pueden ayudar.
Los niños mayores entienden mejor lo que ocurre con su salud, por lo que pueden preocuparse más. También pueden querer tener más control sobre su tratamiento. Es una buena idea involucrar a su hijo adolescente tanto como sea posible en las decisiones sobre su salud.
Los niños podrían necesitar ver a un terapeuta si se preocupan mucho o evitan cosas que les recuerden su enfermedad. Actuar de forma inapropiada en la escuela o tener muchos dolores de cabeza y de estómago no relacionados con su enfermedad también pueden ser señales de que necesitan apoyo.
Otras señales de alarma son cosas como pelearse con los amigos, no disfrutar de los pasatiempos habituales o una baja en las calificaciones. La terapia conversacional, la TCC y la terapia familiar pueden ser de ayuda.
Cuando un niño tiene una condición médica, es natural que las familias se centren en encontrar y mantener la atención más efectiva. Al preocuparse por el bienestar físico del niño, es fácil olvidar el costo emocional que puede causar una enfermedad crónica.
Ya sea que se trate de una alergia alimentaria o del asma (condiciones que requieren supervisión de largo plazo), o de un diagnóstico de cáncer, los niños pueden necesitar ayuda para manejarlo de la manera más saludable posible. Los padres también pueden necesitar ayuda para procesar la enfermedad de un niño y sus propios sentimientos al respecto. De hecho, los padres suelen estar más enojados que sus hijos, y si ellos están sufriendo, esto también puede afectar a su hijo.
Los problemas más comunes que enfrentan los niños con algún diagnóstico médico son la depresión y la ansiedad, dice la psicóloga clínica Lauren Latella, PhD. Y pueden ser desencadenados “por cualquier cosa que haga que los niños empiecen a pensar de forma diferente acerca de sí mismos, como si tuvieran una limitación”.
Las enfermedades médicas crónicas pueden afectar:
Como resultado de estas interrupciones en su vida diaria, los niños que tienen alguna condición médica a menudo se sienten excluidos o cohibidos. Dependiendo de su edad, estos sentimientos pueden llevar a problemas de comportamiento, ansiedad y depresión.
Sin embargo, no todos los niños tendrán problemas. Es posible que algunos, especialmente los niños más pequeños, no entiendan completamente lo que está mal. Si las personas que los rodean, los ayudan a sentirse cómodos y seguros, ellos podrán resistir esta situación y actuar como cualquier otro niño. Algunos factores que hacen que un niño tenga más probabilidades de tener problemas son:
En algunas situaciones, los niños pueden estar menos afectados que sus padres. “Los padres pueden estar pasando por un momento muy difícil y eso puede marcar el tono de la recuperación”, señala Jamie Howard, PhD, psicóloga del Child Mind Institute. Esto se debe a que los niños pueden darse cuenta cuando uno de sus padres está molesto, y eso también puede hacer que se molesten. Si son muy pequeños, pueden sentirse confundidos y ansiosos porque no entienden por qué sus padres están preocupados”. O si uno de los padres siente que su hijo es muy frágil o está en peligro, el niño puede empezar a pensar lo mismo y eso puede afectar su identidad y su capacidad de recuperación. A los padres también les puede resultar difícil establecer límites, lo que puede hacer que los niños se sientan ansiosos y empiecen a portarse mal.
Algunos padres pueden incluso desarrollar el trastorno de estrés postraumático. “Los padres pueden entrar en este ciclo en el que lo único que hacen es concentrarse en su hijo y en todos los muchos médicos para su hijo, y en conseguir que su hijo esté sano”, dice la Dra. Howard. “Y luego, meses después de que parece que las cosas se han calmado y su hijo está bien, ellos no funcionan porque han estado en modo de lucha o huida”.
Para los padres que necesitan ayuda para procesar sus propios sentimientos, acudir a un profesional de la salud mental puede ser un primer paso importante para sentirse seguros, tanto para ellos como para su hijo.
Muchos padres quieren proteger a sus hijos de la difícil y dolorosa realidad de tener una enfermedad. Es posible que eviten hablar de los medicamentos o de los detalles de la enfermedad, o a veces incluso del nombre de la enfermedad, porque temen que eso haga que el niño se asuste más. Pero, dice la Dra. Latella, “no hablar de las cosas a un nivel adecuado al desarrollo del niño, en realidad causa más preocupación y conduce más adelante a síntomas depresivos”. Si usted no está seguro de cuánta información debe compartir con un niño, un profesional de la salud mental puede ayudarlo a entender qué es lo apropiado según el desarrollo de su hijo.
La Dra. Howard recomienda siempre acompañar esa descripción con una explicación de lo que se está haciendo para ayudar al niño a mejorar, para que se sienta empoderado.
Cuando los niños crecen, es posible que quieran o necesiten tener más control sobre su tratamiento, pero también es posible que sean menos partidarios a querer hacerlo. “De los doce a los dieciocho años es el período crítico de la adolescencia en el desarrollo normal, durante el cual los niños tratan de ser más autónomos”, dice la Dra. Latella. “Así que los padres pueden ver cierto comportamiento de oposición en la forma de un conflicto familiar”.
La mejor manera en la que los padres pueden responder a estos comportamientos es involucrando al adolescente tanto como sea posible en la toma de decisiones y en las conversaciones, para que puedan sentir que tienen algo de control sobre su tratamiento. Los padres también deben establecer mensajes claros y consistentes con respecto a lo que se espera del adolescente. La Dra. Latella sugiere hacer acuerdos con los adolescentes sobre la adherencia a la medicación y otros aspectos del manejo de su enfermedad.
Y luego, que hagan todo lo posible por dar a su hijo una vida tan normal como sea posible. Esto incluye mantener las expectativas de comportamiento y los mismos límites que con un niño sano. Si los niños están médicamente capacitados, deberían completar el trabajo escolar y seguir ayudando en la casa del mismo modo en que lo hacen sus hermanos que están sanos. Es responsabilidad de los padres asegurarse de que un niño con un diagnóstico no reciba automáticamente un “pase” debido a su condición médica. “Los padres deben estar atentos en caso de volverse sobreprotectores o demasiado relajados”, dice la Dra. Latella. “Es importante darle estructura a cualquier niño, por lo tanto, es importante mantener la rutina familiar antes del diagnóstico de la enfermedad”.
Es muy probable que los niños más pequeños y los adolescentes tengan reacciones diferentes al estrés provocado por una condición médica y todo lo que la acompaña, ya que ellos entienden la enfermedad de una manera diferente a medida que crecen.
Los niños más pequeños (entre los tres y los diez años) que se preocupan por su condición, explica la Dra. Latella, son más propensos a mostrar síntomas de conducta, como comportamientos oposicionales o de otro tipo. “Es normal prever algo de eso al principio —dice la Dra. Latella— pero, si después de unas semanas esos comportamientos aún persisten, entonces es cuando se vuelve más problemático”.
Las señales de alerta a las que hay que prestar atención en niños de tres a diez años incluyen:
En los adolescentes, el estrés se manifiesta más bien como depresión e interrupción de las relaciones interpersonales. Las señales de alerta en los niños de diez a dieciocho años incluyen:
Hay mucho que los médicos pueden hacer para mitigar la experiencia de tener una condición médica crónica, y todo comienza con hablar abierta y honestamente con su hijo a un nivel apropiado para su edad. La Dra. Latella dice que los profesionales de la salud mental pueden trabajar con los niños más pequeños de las siguientes maneras:
Para los adolescentes que son más propensos a la depresión y la ansiedad que a los síntomas de comportamiento, la terapia es diferente. La terapia para los niños mayores se centra en:
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